Mis mundiales de ciclismo

Por Ramsés Díaz León

El lugar: Velódromo Olímpico de Munich, agosto de 1972. Un reciente amigo al que conocí un año atrás en el velódromo de Cali durante el torneo de ciclismo de los VI Juegos Panamericanos, Héctor Urrego Caballero, me señaló en la tribuna de prensa del óvalo en la capital de Baviera, a un caballero de la tercera edad, de quien me dijo: Es Jack Marchand, el editor de ciclismo de L’Equipe de París; en mi criterio –observó Urrego- el periodista que más conoce de ciclismo en el mundo. Pese a que me confieso un mal fisonomista, su rostro se me quedó guardado para siempre.
Una mañana, en la villa de prensa de los Juegos Olímpicos apareció en los idiomas participantes una invitación para asistir, al día siguiente a conocer el trazado de la gran prueba de fondo del torneo de ciclismo de la máxima justa deportiva mundial. La invitación estaba colgada en todas las carteleras.
Formé fila en la cola para esperar el momento de subir a uno de los cerca 30 microbuses que nos iban a llevar al recorrido. El vehículo tenía capacidad para siete pasajeros: uno adelante con el conductor y detrás dos filas de tres puestos cada uno. Me correspondió el puesto junto a la puerta derecha de la banca de en medio. Y cuán grande sería mi emoción, cuando advertí que en la misma banca en el otro extremo estaba sentado Monsieur Marchand.
Había un gran inconveniente para establecer un diálogo: la barrera idiomática. Marchand, sólo habla francés y yo español. Sin embargo ¡oh malicia indígena! Me atreví a lanzar una pregunta en voz alta ¿alguien aquí habla español? contaba con la suerte de mi lado: el colega que iba en la banca de adelante se volteó y dijo “yo un poquito”. Me vino como anillo al dedo, porque era de la provincia de Quebec, el área francesa de Canadá, en donde el ciclismo es más fuerte.
Extraje dos tarjetas de presentación que tenía mi nombre, Diario de La Nación, San Cristóbal Venezuela, entregué una al canadiense y otra a Marchand, pero la tarjeta nada les dijo y así lo entendí. Entonces lancé la pregunta más ingenua, pero a la postre más útil para el propósito: Monsieur Marchand, una ciudad con 300 mil habitantes (cifra inflada para la época) puede aspirar a hacer un campeonato mundial de ciclismo.
La respuesta fue como una bofetada al rostro pero que recibí con características de masoquista “¿Y qué tiene que ver lo populosa de una ciudad para un mundial de ciclismo? el año pasado, la sede fue Varese, una pequeña localidad italiana de apenas 70 mil habitantes; en cambio no ha habido un mundial en México, Nueva York, San Pablo o Tokio”, fue la respuesta de Marchand quien agregó: Las sedes se otorgan a las ciudades o países con tradición ciclística.
Fue en ese momento cuando me sentí grande y entonces me dirigí al canadiense para que tradujera: Nosotros hacemos anualmente la Vuelta al Táchira… Marchand no esperó que concluyera mi explicación y me cortó:
Tachira (así sin el acento debido) Cochís (también aplicó mal la acentuación) y se extendió “el ciclismo mundial tiene que volver sus ojos a América, en donde está surgiendo un ciclismo silvestre”.
No necesité más. Ese pequeño diálogo fue la confirmación de la factibilidad para pedir la sede, la que como está dicho, exactamente dos años después se nos concedió, durante el Mundial de Montreal. Por cierto que busqué al periodista canadiense en el congresillo técnico del Sheraton y en el viejo velódromo de Montreal, (Se construía uno nuevo para el ciclismo de los Olímpicos del 76), pero no vi su rostro. Advertí que había sido un desagradecido, porque no le pedí en Munich ni el nombre ni el medio para el que trabajaba, por lo que no había manera de indagar por él.
El Velódromo
Corría el mes de enero de 1973 y a la redacción del periódico entró el candidato de Acción Democrática, Carlos Andrés Pérez. Toda la redacción se paró a saludarlo, pero yo me quedé en el sitio de trabajo, porque no me podía mover, estaba terminando una de las etapas de la Vuelta al Táchira.
¿Qué oye, me preguntó –acercándose a mi escritorio- quien once meses después iba a ser elegido Presidente de la República?
La Vuelta al Táchira y a propósito, usted que va a ser el Presidente, debiera comprometerse con el Táchira a hacerle su velódromo a San Cristóbal. Ya la ciudad está inscrita ante la UCI y es muy probable que ganemos la sede.
“Puede usted anunciar, de manera oficial, que en mi gobierno se construirá el velódromo para esta ciudad, que tanto merece por su pasión por el ciclismo”.
En el mes de Abril de 1974, asistía en el restaurante El Portón en Caracas a la reunión en la que se entregaban los premios nacionales de periodismo otorgados por el IND. Cuando me acerqué a recibir el que se me concedía por haber sido reconocido como Periodista Deportivo de la Provincia, rompí el protocolo para decir:
Quiero aprovechar este escenario, para pedir a mis colegas su colaboración con el Campeonato Mundial de San Cristóbal, que seguramente realizaremos en 1977; en el mes de agosto se decidirá la sede en Montreal. Necesitamos se nos construya el velódromo.
Juan José Lecue, quien fungía como Jefe del Departamento de Ingeniería comentó con sus vecinos de mesa: En el Táchira están pensando en un súper velódromo. Les vamos a hacer uno similar al de Cumaná y va que chuta. Mi esposa que me acompañó en esa ocasión, porque yo debía seguir a cubrir el Clásico de los Trabajadores en Valencia, oyó al señor Lecue y me pasó el chisme.
Yo solo atiné a decir y en voz alta: el Presidente Pérez durante su campaña nos ofreció el velódromo, él sabe que la afición del Táchira es muy grande y por eso estoy convencido que en el de San Cristóbal tendremos un poco más de las 1500 plazas de Cumaná. Probablemente Lecue se sonrojó, pero no quise ni mirar su rostro.
Ganamos la sede
A la una de la tarde tenía por Radio San Cristóbal un programa deportivo. La elección de la sede estaba por comenzar y la numerosa delegación venezolana se cruzaba los dedos. El arquitecto Eduardo Santos Castillo presentó en diapositivas –era el recurso visual que existía en la época- todas las atracciones de San Cristóbal, sus montañas y festejos, sus sitios turísticos.
Pero hubo una explosión de incredulidad dentro del auditorio cuando mostró la araña, el pulpo, la moderna vialidad de entonces y los majestuosos edificios caraqueños. Como quiera que él advirtiera la sorpresa, se apresuró a señalar que era la ciudad de Caracas, por donde llegaría la mayor parte de las delegaciones.
Un mesonero colombiano que hablaba muy bien el francés fue mi contacto para que tuviéramos la conexión telefónica con San Cristóbal, ya que no existía el discado directo y el programa ya había comenzado, sería la una y siete minutos cuando desde el auricular de mi habitación y tras apurar un gigantesco trago de ron venezolano lancé la noticia al aire. Ese día comprobé que mi corazón funcionaba bien, porque estuvo a punto de salirse.
Me contaron al regreso, que ese día hubo caravanas de entusiastas aficionados que se desplazaron por calles y avenidas haciendo sonar las bocinas de sus vehículos. Lo demás es la historia conocida. A partir de ahí toda la ciudad a prepararse para montar el evento que habría de ponernos a prueba. La Vuelta al Táchira que un quijotesco grupo de aficionados habían creado ocho años antes, se convirtió en rampa de lanzamiento para la épica competencia.
Promesa cumplida
“Dígale a Ramsés que yo le cumplí a San Cristóbal y que ahora está en la obligación de velar por su conservación”, me dijo la mañana siguiente a la inauguración, desde su oficina, el editor jefe del diario, José Rafael Cortés, gran amigo de CAP, cuando entraba a trabajar. Infortunadamente el velódromo no ha tenido ni los cuidados, ni el uso debido, pero no está en mis manos
Son apuntes inéditos que entrego al licenciado José Ernesto Becerra. Y aprovecho la oportunidad para agradecer a Guillermo Villamizar su referencia que recibo como un sentido homenaje de quien fue testigo de muchas de las batallas que libramos para poder materializar la idea.